Este oráculo cotidiano se basa en los metales primordiales, en su relación con los planetas, la Luna y el Sol, y con la numerología, los cuales son: Cobre, Plata, Hierro, Mercurio, Zinc, Estaño, Plomo, Platino, Niquel y Oro.

Toda nuestra ciencia moderna tiene origen en la alquimia centroeuropea. Una disciplina cuyas primeras semillas se remontan al siglo III, cuando la influencia árabe renovó el interés por comprender la relación entre la materia primordial de la Tierra, sus elementos, y los astros. Los alquimistas desarrollaron una ciencia mística que, a través de la observación y de la experimentación, trató de demostrar una vieja creencia griega: que los metales eran la carne de los dioses, y que de ellos estaban hechos todos los cuerpos y materia del Cosmos. Desde los astros hasta el cuerpo humano y sus humores.

Los alquimistas desarrollaron un sistema en el que los principales metales se relacionaban con los planetas. Encontraron un vínculo entre las características de un astro y las propiedades de un metal en la Tierra: la luna tenía del color de la plata, Mercurio brillaba turbiamente como el azogue, y el cobre tenía ese color y textura de Venus.

Se cree de manera errónea que los alquimistas estaban obsesionados con la riqueza, y que su trabajo consistió en el inútil esfuerzo de convertir los metales comunes (plomo, cobre, mercurio…) en oro. En realidad el oro era un símbolo de pureza, y la filosofía alquímica intentaba alcanzar esa pureza que se creía contenida en el dorado metal.

El oro se relacionaba con el estado perfecto del ser humano: el andrógino. Quien alcanzaba ese estado se desprendía de los afanes y preocupaciones del cuerpo (el sexo, el hambre, la frustración…) y pasaba a un estado de perfección en un nivel superior.

Cada uno de los metales “impuros” (la plata, el hierro, el cobre…) tendía a purificarse, a convertirse en el oro. Los alquimistas creían que ese proceso de purificación podía acelerarse mediante destilaciones, quemaduras y otros procesos.

Para los alquimistas cada persona estaba hecha de metales: nuestros cuerpos y almas, nuestras personalidades eran reflejo del metal que nos constituía. Para los alquimistas, el metal que define a cada persona se determina según su fecha de nacimiento, mediante una operación numerológica. Al sumar los dígitos del día en que nacimos, se obtenía una cifra del 0 al 9, cada una correspondiente a un metal. La personalidad adquiría el carácter del metal obtenido a partir de la fecha de nacimiento.

Cada uno de los metales de este horóscopo alquímico posee bondades y vicios, que definen las habilidades, limitaciones y carácter de una persona.

El horóscopo alquímico tiene diez signos, uno por cada planeta y metales alquímicos. Su principio es sencillo: como los metales, aspiramos en la vida una mayor perfección. Conocer las características de nuestro signo metálico es conocernos. Conocer nuestras limitaciones, descubrir nuestras fortalezas: saber con qué contamos y qué nos limita para crecer.